2015 terminó mal para Estados Unidos. Días antes de finalizar el año, el prestigioso periodista Seymour Hersh (quien descubrió la masacre de My Lai en Vietnam en 1968, así como la prisión de Abu Ghraib en Irak más de tres décadas después) publicó en la London Review of Books una larga y escandalosa investigación acerca del accionar del ejército americano en Siria.
Las revelaciones hechas por Hersh son impresionantes. Si son ciertas, hablan de una verdadera escisión dentro del estado americano respecto a la cuestión siria, y podrían llevar a que los jefes del estado mayor sean juzgados por traición o por desobedecer órdenes presidenciales.
Los orígenes de la historia son conocidos: tras el estallido de la guerra en Siria, Estados Unidos financió y armó a un sector de la oposición a Bashar al-Assad: el ESL (Ejército Libre Sirio). Estados Unidos pidió la cabeza de al-Assad y dijo que el único modo de restablecer la paz en Siria era si se iba el dictador. El Ejército Libre Sirio estaba formado en parte por sectores moderados del antiguo régimen que habían roto con Assad en las semanas previas al estallido de la guerra, previendo que era inevitable que se formara un nuevo gobierno y que, en esas circunstancias, había que estar lo más alejados posibles del viejo dictador.
El problema fue que en menos de un año el ELS dejó de existir. La oposición fue completamente cooptada por los islamistas: la rama siria de Al Queda (Jabhat al Nusra) y el bien conocido Estado Islámico. A pesar de esto, Estados Unidos siguió mandando armas a los Sirios Libres —aunque, admite un reporte de inteligencia en 2013, el supuesto ELS no pasa de un pequeño batallón guardado en una base aérea en Turquía, y ante todo de un grupo de diplomáticos y políticos sirios en las capitales europeas. Los comandantes y las unidades del ELS que no cayeron ante el embate de al-Assad se pasaron al Estado Islámico, que desde hace un tiempo domina enteramente la lucha contra el gobierno.
Por supuesto, cada metralleta que enviaba Obama a los sirios libres terminaba en las manos del EI. Estados Unidos estaba, indirectamente, armando a los islamistas radicales.
En el verano del 2013, los jefes del estado mayor (JCS) y la agencia de inteligencia de la defensa (DIA) escribieron un reporte conjunto en el que daban cuenta de la situación y de la inevitable consecuencia de la política americana en Siria: si Assad cae, los islamistas se harían con el control del país. El reporte le pedía a la presidencia que decidiera por el mal menor: el dictador asesino o los islamistas enemigos de Occidente. No había alternativa. En todo caso, que dejara de hacerse ilusiones respecto a la posibilidad de una transición democrática dirigida por políticos cercanos a Europa y EU.
Obama hizo el reporte a un lado y mantuvo su posición anterior: Assad tenía que irse. “Sentí que no querían escuchar la verdad”, dice Michael Flynn, el jefe de inteligencia. Obligados constitucionalmente a seguir la política decidida por la Casa Blanca, pero conscientes más que nadie de lo contradictoria y contraproducente que ésta se había vuelto, los militares decidieron dar un paso peligroso.
El Estado Mayor, poseedor de enormes cantidades de información respecto a las posiciones, capacidades militares y estrategia del Estado Islámico y de Al-Qaeda, comenzó a compartir inteligencia militar con las fuerzas armadas de Alemania, Rusia e Israel, sabiendo que estos países tenían canales de comunicación con al-Assad; por tanto, lo que el ejército americano le diera a estos países, terminaría en manos del dictador. Al parecer, nunca hubo contacto directo. “Nosotros les dábamos información”, dice el alto consejero al Estado Mayor, la principal fuente de Hersh, “y esos países decidían qué hacer con eso. Incluyendo pasárselo a Assad […] Si Assad se queda, no será por la información que le dimos, sino porque fue lo suficientemente inteligente para hacer algo con esa información”.
Como signo de buena voluntad hacia Assad, el Estado Mayor intentó detener el flujo de armas que llegaban a los “sirios libres” (que, otra vez, no existen) y que en realidad terminaba en las manos del Estado Islámico. Como no podían cancelar la orden presidencial de suplirle armas a la oposición, el ejército consiguió que les enviaran… fusiles de la Guerra de Corea. Assad entendió el mensaje.
Un antiguo consejero de alto nivel a los Jefes del Estado Mayor le dice a Hersh, en la que probablemente sea la frase más representativa del hoyo al que se metió Estados Unidos: “Obama no sabía, pero Obama no sabe lo que los Jefes del Estado Mayor hacen en cada circunstancia”.
Así que, en los hechos, el Estado americano mantuvo dos políticas contradictorias con respecto a Siria y a al-Assad: la de la Casa Blanca y la CIA, que abogaba por la caída de Assad, y la del Ejército, que reconocía que tirar a Assad implicaba regalarle Siria al islamismo. La razón por las que Obama hizo a un lado el reporte del JCS es porque, después de años de decir que la única solución para la guerra siria era la salida de Assad, de repente dar la vuelta y hacerse su aliado lo haría perder muchísima credibilidad.
Todo parece indicar que esta doble política terminó hace un año, con la salida del antiguo jefe del Estado Mayor, Martin Dempsey. La entrada de Rusia a la guerra y los atentados de París han vuelto a poner sobre la mesa la cuestión del mal menor: el brutal dictador o los islamistas integristas. Es una cuestión de tiempo que Estados Unidos se decida por el
La gran prensa internacional y americana ha hecho oídos sordos respecto a las revelaciones de Hersh.
Vale la pena leer el texto entero (por ahora solo en inglés) aquí.