La cámara baja brasileña votó ayer por la destitución (impechment en inglés) de Dilma Roussef, presidenta del gigante sudamericano. Roussef, del Partido de los Trabajadores, fue reelecta en 2014 por un margen relativamente pequeño, y al día siguiente de su victoria anunció terribles medias de austeridad. El PT está envuelto en enormes escándalos de corrupción. Al día de hoy el 60% de los brasileños están a favor de que se vaya. Falta que el senado ratifique la destitución para que Dilma deje el cargo. Esto parece altamente probable. Por ahora, la derecha brasileña se lame los bigotes.
Aquí seis puntos para entender lo esencial de la crisis en Brasil.
- El triunfo del impeachment no es un golpe de Estado. El proceso de destitución es impulsado por una derecha posiblemente más corrupta que el PT. Pero no se trata de un golpe de estado militar como los que Brasil vivió a lo largo del siglo XX –como la retórica del PT lo denuncia-, sino de un instrumento de la Constitución, del que ahora se intentan aprovechar los enemigos del PT.
- El PT cavó su propia tumba. El apoyo de la mayoría de la población a la destitución de Dilma es la verdadera derrota política. Esto sólo fue posible gracias a las políticas neoliberales adoptadas durante los últimos años, a su pésimo manejo de la crisis económica, y a la enorme corrupción en la que todo el PT está envuelto.
- Los impulsores del impeachment son tan o más corruptos que el PT. El gran impulsor de la destitución, Eduardo Cunha, acaba de ser señalado en los Panama Papers de haber transferido millones de dólares al extranjero. Hay investigaciones judiciales en su contra por evasión de impuestos y lavado de dinero. Se habla de 36 millones de dólares escondidos en un paraíso fiscal, en una empresa con el inmejorable nombre de Jesus.com
- Jurídicamente, el caso por el impeachment es débil. Dilma no es juzgada por sus posibles vínculos con el petrolao –el desfalco de los fondos de la petrolera estatal Petrobras que llevó a varios petistas a la cárcel y que tiene a Lula en la mira- sino por las “pedaleadas fiscales”, por haber aplazado pagos a varios bancos para dar una imagen de solidez fiscal durante la carrera electoral. La paradoja es que su antiguo vicepresidente, Michel Temer, quien ahora impulsa el impeachment, fue partícipe y beneficiario de las pedaleadas.
- El impeachment no va a solucionar la crisis política en Brasil. Si Dilma es destituida, un gobierno más de derecha, más corrupto y más radicalmente neoliberal se formará. Para que Brasil salga del impasse, tendrán que irse todos los políticos y congresistas –el 60% tienen acusaciones o procesos judiciales en su contra.
- El PT perdió el apoyo de un sector de la gran burguesía. La estrategia de Lula se basó en convencer a los poderosos de que su gobierno les sería favorable, y les cumplió. Pero ahora los grandes grupos de medios y la burguesía financiera están hartos de Dilma. La cobertura de los grandes diarios y televisoras privadas ha sido completamente sesgada. Tal vez el mejor termómetro es que cada vez que el PT ha sufrido un ataque –cuando Lula fue detenido, cuando su nombramiento como vicepresidente fue bloqueado- la bolsa de valores ha subido exultante; y cada vez que el PT ha tenido éxito, ésta ha caído.
¿Qué sigue?
Como dijimos antes, falta que el senado apruebe el impeachment. Es muy probable que esto suceda, aunque una vuelta de tuerca no es de descartarse. Si Dilma se va, las variantes a tener en cuenta serán, por un lado, si la formación de un gobierno completamente plegado a los deseos del gran capital financiero permitirá un flujo rápido de dinero que infle a la economía brasileña, por lo menos para que el nuevo gobierno gane algo de tiempo. Lo más importante, sin embargo, será la reacción de los movimientos sociales más o menos ligados al PT que hasta ahora se le han plegado completamente y están atrincherados. Si Dilma es echada, es posible que éstos ganen mayor independencia del PT y combatividad contra un nuevo gobierno dedicado a imponer políticas de austeridad terribles.